Juan Ramón Jimenéz no lo había soltado para que fuera libre, por miedo, por si se lo comía algún gato o se moría de hambre o frío.
El canario anduvo toda la mañana entre los granados de cuerpo, en el pino, por las lilas... Los niños estuvieron toda la mañana alrededor de allí también, sentados en la galería (en las piedras que había allí para sentarse) absortos en los breves vuelos del pajarillo amarillento.
Mientras tanto, Platero, era libre, holgaba junto a los rosales, jugando con una mariposa que estaba por allí cerca.
A la tarde, el canario se fue al tejado del cortijo de Juan Ramón Jiménez, y allí se quedó un largo tiempo, latiendo en el tibio sol que ya apenas daba calar, es como si estara declinando.
De pronto, y sin saber nadie cómo ni por qué, apareció en su jaula, otra vez, y estaba muy alegre.
¡Qué alborozo en el jardín! Los niños saltaban, haciendo palmadas con las manos, es también como si estaban arrebolados y rientes como auroras; Diana, una perrita que estaba allí con os niños, loca, los seguía, ladrándo sin parar a su propia y riente campanilla.
Platero, contagiado, en un oleaje de carnes de plata, igual que un chivillo (que es como un chotillo), Platero, hacía corvetas, giraba sobre sus patas, en un vals tosco, y poniéndose en solo dos patas, daba coces al aire claro y suave.
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