Juan Ramón le preguntó:
- Pero, hombre, ¿qué te pasa?
Platero ha dejado la mano derecha un poco levantada, mostrando la ranilla, sin fuerza y sin peso, sin tocar casi con el casco la arena ardiente del camino.
Con una solicitud mayor, sin duda, que la del viejo Darbón, su médico, Juan Ramón le ha doblado la mano y le ha mirado la ranilla roja. Platero tenían clavada un púa larga y verde, de naranjo sano, estaba clavada en su pata como un redondo puñalillo de esmeralda.
Estremecido del dolor Platero, Juan Ramón a tirado de esa larga púa; y después de sacarle la púa él llevo al pobre Platero al arroyo de los lirios amarillos, para que el agua de la corriente le lave la herida.
Después, Platero y Juan Ramón han seguido andando hasta la mar blanca, Juan Ramón delante, Platero detrás, cojeando todavía y dándole suaves topadas en la espalda...
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