Tiene los ojos color azabache, duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Juan Ramón Jiménez lo deja suelto en el prado y el acaricia con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas...
Él lo llama dulcemente: ¿Platero? y viene a él con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto su dueño le da. A Platero le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Platero es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro como de piedra. Cuando Juan Ramón pasa sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombre del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
Tiene acero. Acero y plata de luna.
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